La quema del mal humor es una tradición satírica y liberadora con la que inician muchos carnavales del país. Se trata de un acto simbólico, una catarsis colectiva en la que se despide lo malo del año. En Tamiahua, Veracruz, sin embargo, la ignorancia y la mezquindad convirtieron esta costumbre en una burda maniobra de odio político.
Este año, el equipo de Guadalupe Rodríguez Torres, presidente municipal de Tamiahua —quien ha hecho del poder un asunto familiar y patrimonial— decidió prender fuego no a un símbolo del malestar social o de la tragedia reciente, sino a la figura de una mujer: Citlali Medellín Careaga, candidata del Partido Verde Ecologista de México, y virtual ganadora de la elección municipal.
Quemar una efigie con su rostro en medio de una contienda electoral no es sólo una falta de respeto, es una llamada al odio y la violencia política de género. Se trata de una agresión simbólica revestida de folklore barato. A diferencia de las expresiones culturales que critican al poder de forma abstracta o metafórica, aquí hubo nombre y rostro, intención y destinataria.

El acto podría encuadrarse en diversas figuras delictivas. Primero, en el artículo 20 Bis de la Ley General en Materia de Delitos Electorales, que sanciona los actos que vulneren el principio de equidad en las contiendas. Segundo, en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, que tipifica como violencia política cualquier acción que tenga por objeto limitar los derechos de una mujer en función de su participación pública. Y tercero, por si no bastara, en el Código Penal Veracruzano, por posibles actos de discriminación, difamación y provocación a cometer un delito.
La desesperación de quienes ven perder el control del presupuesto público suele generar estos brotes de barbarie. No es extraño, cuando se sabe que Guadalupe Rodríguez ha gobernado Tamiahua como si fuera un feudo, intentando ahora colocar a su candidata títere y a su propia hija como suplente, para seguir disponiendo del poder tras bambalinas. Pero prender fuego a una oponente política en una plaza pública es un acto primitivo que no puede justificarse ni como tradición ni como “ocurrencia”.
Las campañas no se ganan quemando mujeres, se ganan con propuestas. Pero eso es algo que en Tamiahua, al parecer, se les olvidó entre el humo, la ignorancia y la arrogancia.
Porque cuando se quedan sin ideas, solo les queda quemar muñecos.
Y a veces —como hoy— se les quema la poca dignidad que les quedaba.