El voto manda, no la soberbia: la defensa del triunfo en Tamiahua

En política, como en la vida, hay derrotas que se digieren con dignidad y otras que se vomitan con pretextos. Eso es lo que parece estar ocurriendo en Tamiahua, Veracruz, donde el pasado primero de junio la ciudadanía habló alto y claro: el Partido Verde se impuso con más del 40 por ciento de los votos, logrando una ventaja de más de dos mil sufragios sobre su más cercano competidor.

El triunfo fue, según los datos oficiales, amplio, legítimo y, sobre todo, inobjetable. Pero en un país donde la legalidad muchas veces se usa como escudo para encubrir la frustración política, la derrota ha sido difícil de aceptar para algunos. PT, Morena y Movimiento Ciudadano, lejos de reconocer los resultados, han decidido impugnar. No por irregularidades documentadas, sino por el simple hecho de no haber ganado.

La democracia, sin embargo, no es un juego de caprichos. Funciona —cuando funciona— porque existe un acuerdo social básico: se gana o se pierde con las reglas previamente aceptadas. En este caso, los perdedores no están señalando fallas en el proceso, sino intentando deslegitimar el resultado con argumentos huecos, sin sustento jurídico, y con una retórica que apela más a la victimización que a la razón.

El Partido Verde, por su parte, ha salido al paso. No con discursos incendiarios, sino con lo más valioso que puede exhibir una fuerza política: los votos. Cuatro mil trescientos ciudadanos, en una elección local, no son una cifra menor. Representan una mayoría clara y una voluntad expresada de manera libre y pacífica.

Aún más grave que la impugnación, son las acusaciones que ahora surgen en contra de quienes hoy se rasgan las vestiduras. El Partido Verde ha señalado que sus opositores no sólo perdieron en las urnas, sino que incurrieron en prácticas deleznables: compra de votos, coacción, amenazas. A diferencia de las impugnaciones, estas acusaciones vienen acompañadas de pruebas: fotografías, videos, testimonios.

La ironía es monumental. Los que dicen defender la democracia, parecen ser los primeros en traicionarla. Y todo esto ocurre mientras en el fondo permanece un pendiente aún más grave: las irregularidades detectadas en las cuentas públicas municipales de 2022 y 2023, cuyo saldo no ha sido aclarado por quienes hoy lideran las impugnaciones.

Tamiahua merece algo mejor. Merece que sus gobernantes —los electos y los salientes— actúen con altura de miras, no con mezquindad. Merece que se respete su decisión soberana, no que se le castigue por no haber votado “correctamente”. Porque la democracia no es el arte de ganar siempre; es el arte de perder con dignidad cuando la mayoría así lo decide.

Lo dijo Winston Churchill: “La democracia es el peor sistema de gobierno, con excepción de todos los demás”. Pero aún ese “peor sistema” necesita de algo básico para sobrevivir: el respeto a los resultados. Quien no acepta las reglas del juego después de perder, no es demócrata. Es, simplemente, un mal perdedor.

Y eso, ni Tamiahua ni Veracruz ni México lo necesitan.