La Voz del Mar: Las Caracolas de Tamiahua

Por Antonio de Marco
Relatos de la Huasteca Norte
Basado en el Libro «Tamiahua, una historia Huasteca» de José Luis Melgarejo Vivanco

Tamiahua, Veracruz.– Antes de que las radios portátiles, los teléfonos celulares y los silbatos de plástico llegaran a las costas veracruzanas, los pescadores de Tamiahua hablaban con el mar a través de caracolas. No eran adornos ni amuletos: eran cuernos del océano. Instrumentos sonoros, rústicos y poderosos, tallados por la paciencia y el viento, que servían para alertar, convocar o despedir.

Durante generaciones, el sonido de las caracolas fue parte del paisaje cotidiano en las orillas de Tamiahua. Bastaba con escuchar ese eco profundo, grave y vibrante que venía desde el agua para saber que algo pasaba: una embarcación regresaba de la pesca, una tormenta se acercaba, alguien necesitaba ayuda o simplemente era hora de levantar redes.

Las caracolas no eran cualquier concha. Se buscaban grandes, robustas, con el giro perfecto para canalizar el aliento. Muchas provenían de especies marinas hoy protegidas y eran encontradas en playas remotas o traídas por marineros que sabían reconocer su poder. Una vez hallada, la caracola se abría cuidadosamente por la punta, se pulía el canal interior y se la probaba como si fuera un instrumento musical. Solo entonces se entregaba al pescador, quien debía aprender a usarla.

Un lenguaje entre el mito y la utilidad

El sonido de la caracola no era uniforme: dependía de la fuerza del soplido, del tamaño del caparazón, y de la intención de quien la hacía sonar. En ciertos casos, se le atribuía un uso ceremonial, especialmente en las fiestas patronales del pueblo o durante las despedidas a pescadores perdidos en el mar. También era usada como señal para orientar embarcaciones en la neblina, cuando los faros eran solo ilusiones y la costa podía desdibujarse con facilidad.

Algunos ancianos recuerdan cómo en los años cincuenta y sesenta se podía distinguir, desde tierra, qué familia hacía sonar su caracola. “Cada quien tenía su propio timbre, su propio llamado”, decían. Era una especie de firma sonora, tan única como una voz humana.

Entre el olvido y la resistencia

Con el paso del tiempo, el uso de caracolas fue disminuyendo. La tecnología, el abandono de oficios pesqueros tradicionales y la sobreexplotación marina redujeron tanto la necesidad como la disponibilidad del instrumento. Hoy en día, pocas familias conservan sus caracolas originales, y quienes aún saben tocarlas lo hacen más por nostalgia que por necesidad.

Sin embargo, algunos colectivos de Tamiahua han comenzado a recuperar este legado sonoro. Durante festividades como el Día del Pescador o en celebraciones comunitarias, las caracolas vuelven a sonar, como un eco que regresa del pasado para recordarnos que el mar también tiene lenguaje, y que los pueblos costeros supieron escucharlo.


📌 Sabías que…

  • En algunas culturas mesoamericanas, las caracolas eran consideradas instrumentos sagrados. Se les llamaba quiáhuitl en náhuatl y se usaban para invocar la lluvia o a los dioses marinos.
  • El uso de caracolas como instrumento está documentado en códices y esculturas prehispánicas, incluyendo representaciones del dios Ehécatl, dios del viento, quien suele llevar una caracola en el pecho.

La próxima vez que camines por la playa en Tamiahua, si ves una caracola, no la patees, no la vendas, no la tomes como simple souvenir. Escúchala. Puede que aún conserve la voz de un pescador, o el recuerdo de un pueblo que sabía comunicarse con las olas.